Los amigos que hicimos por el camino
Cristopher Wylie es un informático canadiense que estuvo muy involucrado en la creación de Cambridge Analytica y ha escrito un libro llamado Mindf*ck en el que cuenta su historia. Wylie es un homosexual progre un tanto idealista que empezó a interesarse por la informática en su infancia, cuando sus problemas de movilidad le impedían realizar actividades físicas. Pronto sus inquietudes se dirigieron al tratamiento de datos, antes de empezar en Cambridge Analytica ya había estado trabajando en proyectos de segmentación de votantes tanto en el Partido Liberal de Canadá como en los Lib Dems de UK. El libro está escrito en tono de disculpa y le sirve al autor para expiar sus pecados y explicar por qué acabó trabajando para los malvados populistas de derechas. Su coartada es que el enorme potencial del proyecto le hizo olvidar los aspectos morales que conllevaba todo aquello. Dato curioso, nuestro protagonista no tiene reparos en afirmar que Steve Bannon le cayó bien en un primer momento pese a su pinta de creepy porque, a diferencia del resto de interesados en CA, todos ellos tiburones financieros cuyo único Dios era el dinero, Bannon compartía con Wylie cierta sensibilidad estética y parecía ser el único que comprendía de verdad las implicaciones que tenía para la sociedad el Big Data y las modernas tecnologías aplicadas al microtargeting y a la manipulación psicológica.
Leyendo el libro uno puede observar como el autor intenta comprender las motivaciones y la manera de pensar de los conservadores, lo cual ya es mucho más de lo que hace la mayoría de gente de izquierdas, para la cual los fachas son o bien tontos o bien malvados. Sin embargo, y pese a que ha vivido experiencias que le hacen ser muy consciente de sus propios sesgos, Wylie no termina de despojarse de sus prejuicios al cien por cien. Culpa a Bannon de tener una visión predefinida del mundo, casi mesiánica, pero él mismo encaja en esa crítica. Descarta argumentos sin prestarles ni la más mínima atención porque le resultan incómodos. Es capaz de explicar de forma impecable la experiencia subjetiva que sufren muchos hombres blancos heterosexuales que, al igual que los homosexuales pero por motivos distintos, se sienten “metidos en el armario” debido a que el contexto social les hace inhibirse y justo a continuación pasa a etiquetar a esos heterosexuales reprimidos como racistas y homófobos enfadados por su pérdida de privilegios. Es decir, entiende cual puede ser la experiencia subjetiva de otra persona, pero no le interesa profundizar en las razones que provocan o facilitan esa experiencia subjetiva. En España llevamos casi 20 años juzgando de forma distinta un homicidio en función de si lo comete un hombre o una mujer y está visto que si te quejas de ello es porque es un machito que vivía muy bien con esa arcaica prebenda que era la igualdad ante la ley.
Decimos entonces que Wylie intenta entender a la alt-right pero lo que consigue es solamente monitorizar nuestros estados de ánimo, sin prestar atención a nada más. Y precisamente por ello Mindf*ck está resultandome una lectura tan reveladora. Es menester reconocer que si muchas de las cosas que narra me son familiares es porque conoce muy bien parte de mi mundo, ya que ha sido él quien lo ha creado. Es un libro que me interpela directamente: habla de mi proceso de radicalización, de mis encuentros con gente con sentimientos similares, de mi rechazo por el orden establecido, de mi adicción al enfado, de mis cámaras de eco. Me guste o no, la cruzada moral de Steve Bannon tiene mucho que ver en los derroteros que han tomado mis andanzas por el mundo virtual, y eso nos habla de nuestra pequeñez, de como aun tratando de estar informados y alerta acabamos jugando al juego de los poderosos. Por eso creo que lo principal que debemos de sacar de todo esto son los amigos que hicimos por el camino.
En un pasaje del libro se cuenta como desde CA creaban grupos de Facebook en los que reunían a usuarios proclives a radicalizarse. Cuando el grupo crecía lo suficiente se organizaban eventos físicos a los que acudían, pongamos, unas sesenta o setenta personas. En términos globales sesenta personas no son nada, pero si las colocamos en un bar aquello parecerá una verdadera multitud. Cuando esas sesenta personas interactuaban entre sí se sentían entendidos y comprendidos por gente con sus mismas inquietudes y tenían la sensación de formar parte en un movimiento poderoso que crecía cada vez más. Yo, más allá del perrugazo que pienso pegar en cuanto tenga ocasión, no creo formar parte de ningún movimiento poderoso, sólo soy un pringadete con mucho tiempo libre gastado en Internet. Lo que si sé es que he encontrado a gente maravillosa gracias a ello. El trayecto que nos ha llevado hasta aquí ha sido mediado por el Algoritmo, sí, pero los caminos del Señor son inescrutables. Detrás de cada avatar, de cada tuitero y de cada nick de Telegram hay otra persona como nosotros, con sus circunstancias, sus cuitas, sus alegrias, sus historias, sus triunfos y sus fantasmas. Todos somos hijos de nuestro tiempo, todos somos la última mierda de la Historia. Pero nos tenemos los unos a los otros.
Brindo por los amigos que hicimos durante el camino.